No importa que haga frío, o que esté lloviendo. Simplemente sales a la calle esperando a que pase. Y pasa.
Sientes por primera vez que las cosas marchan como deberían, que todo está en orden, que todo va bien...bien de verdad y que todo tiene que ver con que esa persona te hace fuerte, aunque desde fuera todo parezca un caos, aunque el mundo haya empezado a girar demasiado deprisa ahí fuera. No importa. Porque sabes que está, porque quieres que esté. Y te das cuenta del tesoro que tienes entre las manos cuando le acaricias, o cuando te abraza para dormir y ambas respiraciones se funden en una sola, calmada y tierna. Entiendes que es ahora o nunca, que jamás volverás a sentir algo así, que las horas, los minutos y los segundos no van a volver y que el tiempo irrevocablemente avanza.
Párate a pensar.
Piensa en una tarde de verano mirando las nubes, en un cigarro a la salida del instituto, en películas, en canciones, en historias, en verdades y verdades a medias. Piensa en un parque cualquiera, en Gru Mi villano Favorito, en mi necesidad obsesiva de tener siempre la última palabra. Piensa en cuando me enfado...y en cuando te enfadas...cuando estamos raros, cuando tenemos cosas pendientes. Piensa en palabras, en miradas y en gestos cuando todo vuelve a la normalidad. Piensa en que te abrazo en silencio y te aprieto con todas mis fuerzas mientras te ríes de mi porque a penas lo notas.
Piensa. ¿No es genial?
Me colocas el pelo detrás de la oreja. Te encanta. Te quiero.