jueves, 14 de marzo de 2013

14-3-2013

A veces, cuando somos pequeños, nos imaginamos qué queremos ser cuando seamos mayores. Nos miramos en el espejo y fingimos ser más elegantes, más altos, más delgados...y va pasando el tiempo sin que te des cuenta de que en realidad, cada día creces. Nadie se plantea que dejar de ser un niño vaya a suponer un problema. En principio, no tendría por qué tratarse de una situación problemática. Sin embargo, en ocasiones, el niño que ha vivido en nosotros durante tanto tiempo, no quiere soltar la mano del adulto que debemos ser, porque le da miedo.

¿Deber o querer? ¿Dónde está el límite? ¿Dónde se supone que debería encontrarse una chica de 18 años que no tiene casi nada claro en la vida?

Y así, a caballo entre sentirse bien y mal, entre ser un niño y querer dejar de serlo sin conseguirlo, sigue pasando el tiempo, hasta que un día te ves frente a tu "yo" más desconocido, sumergido en una especie de brecha espacio-temporal en la que te enfrentas a lo que fuiste y a lo que serás, sin saber quién eres, ni quien deberías ser. Te encuentras cara a cara con tu verdad, con una realidad abstracta y desordenada, con miles de normas que no entiendes y una serie de responsabilidades que dependen única y exclusivamente de ti. Y estallas.

Estallas porque el sol no funciona como debería, porque no calienta. Porque quieres abrir los ojos, pero tienes tus manos apoyadas inconscientemente sobre ellos. Porque juzgabas y esperabas no ser juzgado y te das cuenta de que la dinámica de la vida adulta no va contigo. Estallas porque hay mil formas de hacer las cosas mal y sólo una de hacerlas bien...y la desconoces. Entonces te refugias, como cualquier ser humano ante una situación de riesgo. Pero a veces el refugio es más peligroso que el huracán de ahí fuera.

Si, el corazón se encoge y duele el pecho por dentro. Sólo quieres correr, desaparecer, volar lejos de donde estás. Pero no es del lugar en el que te encuentras de lo que verdaderamente quieres huir, sólo tratas de evitar un conflicto interno poniendo tierra de por medio, pero no hay ni un grano de arena en todo el mundo lo suficientemente pequeño como para que quepa entre tu miedo y tu fuerza, entre tus ganas y tu desánimo, entre tu ilusión y tu decepción, entre tu risa y tu llanto...

No encuentras la salida, ni la encontrarás, al menos, hasta que no seas capaz de mirar de frente a la vida y demostrar que tú y sólo tú puedes con ella. Si te descuidas demasiado...acaba siendo la vida la que puede contigo.

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