sábado, 10 de diciembre de 2011

Mentiras que saben a mesa puesta y silencios que gritan.

En la oscuridad de una recién comenzada tarde-noche del mes de diciembre y entre los halógenos del techo y el suelo de fría piedra, sentada en una silla, frente a la mesa entendí, por fin, a que se debe mi tristeza infinita. La explicación apareció como de la nada después de comer un plato de pasta, dos tostadas con mantequilla, dos paquetes de galletas María, pipas, patatas fritas y salchichas. Vi aparecer entre el tenedor que la ansiedad ni siquiera me había dejado utilizar y los doce sobres de ketchup vacío que cayeron al suelo, una respuesta. Soy tremendamente infeliz porque existo pero no me siento viva.
Allí estaba, sola, frente a una caja tonta sin sonido, visualizando imágenes tratando de averiguar que se podrían estar diciendo esos personajes si no hubiera cámaras, comiendo sin parar como si fuera un pozo sin fondo, llorando y deseando que alguien, quien sea, me saque de aquí de una vez.....

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